Translater: Naomí ramírez
La historia cuenta que los combatientes salieron, que se rompió el cerco y que fue posible regresar a las casas, pero esta es una historia incompleta.
Comencemos de nuevo:
Homs.
¡Qué difícil es escribir algo sobre lo que sucedió, sobre todo después de que los periódicos, revistas, radios y canales por satélite se hayan saturado de análisis y versiones de lo sucedido! Sin embargo, intentaré contarlo de otra manera.
Hay dos autobuses verdes que antes se dedicaban al transporte de civiles y en los que se habían agrupado las fuerzas de seguridad y los shabbiha para levantarse contra una manifestación. El autobús se llena de revolucionarios combatientes tras acordarse el fin del bloqueo sobre el barrio antiguo de Homs. Rostros indescriptibles que te miran sonrientes, ennegrecidos, optimistas, descoloridos por el hambre.
Volvamos al inicio de la historia.
La revolución comenzó y Homs se levantó: la famosa concentración en el reloj se produjo en el primer mes. La concentración se dispersó, hubo muertos y heridos. Las cosas se aceleraron y la ciudad salió en protesta. Grandes manifestaciones, bailes en las calles celebrando la libertad, canciones, lemas, derrocamiento del régimen, heridos cuyo número se desconoce, y una cantidad de muertos que crecía de forma descontrolada (“son más de veinte mil ya”), bombardeos, aviones, desaparecidos, muerte, destrucción, bloqueo, política de sembrar el hambre, ruptura del bloqueo… Hoy los soldados del ejército regular salen orgullosos de su victoria tras derrotar a 980 hombres (según la televisión del régimen) que pasaron dos años y medio cercados y aislados del mundo.
La memoria se me detiene en esa manifestación en la que el hombre cantaba alegre, gastando toda su energía para animar a la gente a cantar más alto “Vuestro silencio nos mata, no tenemos más que a Dios”. Después me lleva hasta el recuerdo del rostro del “mártir” Tareq Al-Aswad, cantando a sus amigos “Queremos que los dedos de la victoria se eleven sobre el palacio”. Las imágenes se entrecruzan en mi memoria. No quiero tener memoria de pez: quiero recordar todos los detalles, aunque el demonio se esconda en ellos. Quiero recordar todo: cómo comenzó la historia, cómo se fueron desarrollando los hechos hasta que esos rostros cansados y bellos salieron de ese lugar destruido y cercado.
¿Cómo pudieron escribir esas expresiones en los muros antes de marcharse? ¿Qué sienten mientras abandonan ese reducto que se ha mezclado con ellos hasta quedar convertidos en una prolongación del mismo? ¿Es la lengua suficientemente adecuada para que describan aquello por lo que pasan? ¿Qué pensaban esas uñas mientras dejaban esta expresión sobre el muro: “Homs, perdónanos, oh más querida que mi alma; perdona a tus hijos como una madre única en el mundo, pues ya es bastante duro dejarte (Homs asediada por las despedidas del universo, 06/05/2014)”? Dije al inicio que contaría la historia de Homs, pero la lengua no ha tardado en traicionarme y no he encontrado letras que me obedezcan para escribir la historia de la ciudad. Puede que mi texto parezca tropezoso e inconexo. Pero, ¿cómo escribo mientras veo la imagen de ese combatiente llorando en el autobús verde y a otro cantando: “Tu mundo, chico, no tiene alegrías/ no sabemos cuánto queda de nuestras vidas y cuánto ya se fue/ el cielo dio vueltas, y nos separamos tras juntarnos, el extranjero nos unió/ espada de acero, corta de mi cuerpo pedazos”?
Por Dios, ¿cómo hago para escribir vuestra historia?
“Cuando me marche, podéis estar seguros de que hice todo lo posible por quedarme”, quedó grabado en un muro allí. Quizá esa frase resume lo que quiero decir, porque hicieron todo lo posible por quedarse allí, a pesar de tratarse de un territorio asolado en que no se podía vivir. Pero, ¿cómo la podría dejar quien es parte de ella? ¿Acaso una pequeña piedra abandona su edificio? ¿Acaso un pájaro deja el cielo para vivir como nosotros en la tierra? Estad seguros de que hizo todo lo posible por quedarse, pero se marchó: dejó la zona antigua de Homs temporalmente. Uno de ellos dijo: “Vamos a picar algo y volvemos”. Volverán a sus barrios, a su barro, a su polvo, y cuando la guerra termine, volverán al poema como bellos fonemas: “La guerra acabará un día, y volveré a mi poema”, escribió uno de ellos en un muro.
Puede que la historia de Homs, como la del resto de Siria, se haya escrito en sus muros. ¿No decían que las paredes eran los cuadernos de los locos? ¿Acaso no estaban los revolucionarios locos de amor por su país? Igual que Qays enloqueció por Layla, el revolucionario enloqueció por obtener la libertad en su patria. Puedo reproducir lo que se ha escrito en los muros para escribir la historia que transmitiremos a las siguientes generaciones como hacen los habitantes de Leningrado (San Petersburgo) cuando cuentan a sus nietos lo que sucedió durante la Segunda Guerra Mundial cuando los alemanes cercaron su ciudad. Pero la diferencia aquí estriba en que nuestro asedio a Homs ha durado más y que quien nos ha cercado no ha sido un enemigo sino un “compañero en la patria”: era el ejército de la patria el que mataba, asediaba y mataba de hambre a los hijos de la zona antigua de Homs.
Qué historia tan bonita contaremos sobre la resistencia y perseverancia de los héroes de Homs y que historia más deleznable la que contaremos sobre el “ejército de la patria”, que asediaba a los “hijos de la patria”.
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